LA EXPERIENCIA DE ABDUCCIÓN COMO INICIACIÓN ESOTÉRICA
Por: Gustavo
Fernandez
La irrealidad de una fantasía no es enteramente tan
absoluta como por lo general suponemos: si nuestra conducta, por ejemplo,
es afectada por nuestro deseo fantástico de ganar el afecto de la persona
amada, si modifica nuestra vida y tal vez afecta todo el curso de nuestras
carreras, ¿podremos decir sensatamente que fue una causa irreal la que
produjo estos efectos por demás reales?
Hillary Evans
A lo
largo de numerosos artículos y diversos ensayos, he venido proponiendo
–ignoro con qué suerte- una nueva óptica de abordaje respecto de las
causas tras el fenómeno OVNI; un abordaje equidistante de la
interpretación materialista alienígena como de la psicologista que
entiende estos fenómenos como subproductos alucinatorios de carencias o
represiones emocionales. Una óptica que –resumo- entiende la presencia de
una inteligencia exterior y ajena al testigo, pero que por razones que no
abundaremos aquí (ya que ameritan un estudio por sí mismas) se disfraza,
dramatiza y representa una puesta en escena de naves, astronautas,
escalerillas, controles luminosos, camillas de quirófano, botas y
cinturones fosforescentes, en fin, tuercas y tornillos.
Una óptica que
entiende que, sea esa inteligencia o inteligencias sencillamente
extraterrestre o complicadamente extradimensional (cualquier cosa que
fuere lo que entendamos por este término) “construye” situaciones no
“reales” en sí mismas en el sentido de causa y efecto, sino verdaderas
teatralizaciones enteléquicas, donde el episodio tiene otras razones de
ser que aquellas que se le adjudican.
Un automovilista avanza en
total soledad por una carretera de madrugada. Es sólo oscuridad y
silencio, paz y quietud lo que lo rodea en una noche donde, quizás, él es
el único motorista que ha pasado por allí. De pronto, de un costado de la
ruta emana un poderosísimo haz luminoso y el hombre, estupefacto, ve de
entre un bosquecillo elevarse, hasta entonces inadvertido, un destellante
OVNI multicolor que en potentísimo despliegue acelera y se pierde en
lontananza.
Los ovnílogos conocemos un sinnúmero de casos de este
tenor, y estoy seguro que cada uno que esté leyendo estas líneas no ha
podido evitar el acto reflejo de asociarlo con algún episodio específico
de su conocimiento. Y todo parece tan simple: una nave extraterrestre ha
sido “casualmente” observada en su despegue por un circunstancial
viandante. Tan sencillo como eso. O no. Porque, para molestar, se me
ocurre una pregunta: ¿porqué tuvo el OVNI que despegar justo cuando pasaba
el único automovilista de esa madrugada?. De haberlo querido, el despegar
unos minutos antes o después lo hubiera mantenido en el anonimato (lo que,
por otra parte y si uno se atiene a las periódicas “declaraciones” de
estos pretendidos extraterrestres, o la propia historicidad del fenómeno,
es lo que se reivindica permanentemente). Pero no. Es como si la
inteligencia detrás del OVNI hubiera estado esperando ese momento. Como si
lo hubiera hecho con toda intención de ser visto por ese solitario y
desprevenido testigo. Pero sólo por un testigo.
O bien, también en
horario fuera de lo común, dos amas de casa de un suburbio ven descender
con movimientos erráticos un OVNI junto al cual, segundos después, se posa
otro. De ambos sale un grupo más o menos numeroso de aparentes tripulantes
que se dedican, afanosa y ostensiblemente, a “reparar” al primero de los
objetos, o por lo menos eso es lo que parece ser la naturaleza de sus
actos. Manipulan objetos con aspecto de herramientas bajo y sobre la nave,
acarrean cajas de variado tamaño de uno a otro lado, incluso, ¡oh, bizarro
anacronismo!, la rutilante luminosidad de... puntos de soldadura es
arrancada de su superficie. Hasta aquí, todo parecería absolutamente
previsible, esperable y dentro de lo atípico de la circunstancia,
“normal”. Pero sólo si no nos hacemos ciertas incómodas preguntas. Por
ejemplo: ¿Porqué siempre resulta exitosa en tiempo y forma la reparación?
(Alguien dirá que las historias de “OVNIs estrellados” demuestran que “no
siempre” terminan satisfactoriamente; pero precisamente a eso me remito. O
se estrellan, o salen airosos de la “panne”). ¿Porqué no queda ningún
resto material de semejante bricolage?. Y, lo más importante, ¿porqué
siempre la reparación termina justo a tiempo?. A tiempo antes del
inminente amanecer; a tiempo antes que pase el primer bus de la mañana, a
tiempo antes que el policía de ronda, la patrulla de caminos o el guardia
privado acierte a pasar por el lugar. En suma, justo a tiempo antes que
aparezcan otros testigos.
De lo que queremos hablar, es que la
experiencia OVNI tiene, indudablemente, un componente físico: el OVNI (o
lo que sea que opera detrás de él) existe, deja huellas en el terreno,
altera motores, deja “blips” en las pantallas de radar. Pero sus
manifestaciones, por un proceso que lentamente trataremos de ir
desentrañando, tiene su realidad psicológica también. Pero una realidad
psicológica que trasciende el ideario imaginativo como única causación.
Dicho de otra forma; si bien sería muy sencillo explicar estas
manifestaciones como de carácter alucinatorio simplemente (y, si se me
permite la petición de principio, parto del supuesto que hemos previamente
eliminado los posibles casos de fraude), existen ciertas preguntas que
debemos hacernos, y que demuestran que, si bien la explicación
psicologista resulta a priori culturalmente satisfactoria, es sólo el
producto de un paradigma, y si parece satisfacer con prontitud el deseo de
respuesta es sólo porque constituye una explicación coherente más, pero no
la única. O no tan coherente, en tanto y en cuanto no responda a esos
interrogantes fundamentales.
Por ejemplo, la afirmación extendida
de que ciertos autodenominados “testigos de encuentros cercanos”
dramatizan un episodio de alucinación a partir del material que en el
Inconsciente anida relacionado con ello (películas, relatos de diarios y
revistas) es sólo digerible cuando sabemos que el sujeto acumula cierto
bagaje informativo sobre el particular. Pero, ¿dónde deja eso a los miles
de testigos analfabetos, marginales de la cultura que jamás han visto una
película y menos sobre extraterrestres?. ¿Qué pasa con las descripciones
cuando provienen, no sólo de avispados cosmopolitas, sino de trashumantes
saharianos, bantúes, aldeanos del altiplano, indígenas chachapoias?. ¿Cuál
sería en estos casos el “fundamento cultural” de sus percepciones?. Y, más
aún, ¿qué pasa con los primeros testigos de los primeros tiempos,
cualquiera que éstos hayan sido?.
Seguramente algún lector echará mano
aquí al argumento del Inconsciente Colectivo, como gigantesca y atemporal
“base de datos” de la humanidad y de cuyos arquetipos (estructuras
eidéticas primarias) se alimentan todas las mitologías y, dirán nuestros
detractores, lógicamente también la saga de los OVNI. Cuando Jung expresó
la idea de que el OVNI, con su forma circular, era un “mandala”, símbolo
de la totalidad, el reencuentro con sí mismo, abrió las compuertas a un
aluvión de reduccionistas y simplistas: para ellos y desde entonces, el
OVNI fue sólo la expresión inconsciente de la angustia existencial. Luego
cerraron filas los freudianos, con su hipótesis de que los OVNIs con forma
de cigarro eran... símbolos fálicos, emergentes de las carencias o
represiones sexuales de la gente. No nos han dicho qué hacer con los OVNIs
cúbicos, pentagonales, triangulares, pero no creo que haya problema: como
ciertos psicólogos son capaces de explicar cualquier cosa, no dudo que no
tardarán en construir una remanida estructura dialéctica a la que
denominarán “explicación”.
Pero no nos alejemos del concepto de
Inconsciente Colectivo y su arquetipo, el mandala. Sólo que creo que se
trata de un excelente y estimulante concepto, sí, y no podemos desecharlo:
tal vez los visitantes que llegan en naves en forma oval o esférica
expresen la idea de totalidad, pero reconozcamos que hay que bucear en
demasía para encontrar unos pocos componentes arquetípicos en el promedio
de informes sobre OVNIs y, aunque los encontráramos, son más bien
abstracciones intelectuales, improbables de inspirar una experiencia
emocional vívida.
Ciencia ficción y OVNIs
La explicación
más sencilla de un hombre no es la de otro hombre. Hace años, el
folklorólogo Bertrand Méheust “demostró” la correlación existente entre
las antiguas apariciones de OVNIs de los años ’40 y ’50 y relatos de
ciencia ficción de principios de siglo. Esto parecía zanjarlo todo. Sólo
que quedaba un problema que Méheust sugestivamente ignora: la absoluta
improbabilidad que un campesino tejano de los ’50 hubiera leído, por caso,
un relato de ciencia ficción publicado en alemán –y nunca traducido- en
una revista de cuarenta años antes. Recuerdo un caso belga de 1954: “Una
pálida luz les permitía distinguir lo que les rodeaba, y parecía no salir
de ninguna parte”, detalle que sí tiene un antecedente en la narrativa
fantástica francesa... de 1908: “Sobre ellos brillaba una luz verde
difusa, pero, ¿de dónde venía?. Parecía formar parte del material mismo de
la habitación...”.
Algunas de estas reflexiones pueden ser
extendidas también al campo de la abducción. Es difícil creer que las
particulares descripciones concordantes de los secuestrados en cuanto a
ser coincidentes en detalles de, por ejemplo, el instrumental quirúrgico
que se empleó sobre sus cuerpos respondan a un arquetípico modelo de
escalpelo cósmico.
La avanzada psicologista, empero, se encoge de
hombros y aduce la riqueza de recursos de la imaginación humana. Citan, en
su concurso, los experimentos con voluntarios hipnotizados que fueron
invitados a “imaginar” el secuestro a bordo de un OVNI, y la estrecha
correspondencia de sus descripciones con los relatos dados como “reales”.
De allí a deducir que los abducidos lo imaginan todo, hay sólo un paso.
Pero es un paso en falso.
Porque, en primer lugar, puedo invertir la
carga de la prueba de los mismos psicologistas y sostener que si se
presupone que los testigos de apariciones OVNI toman el material de la
cultura dominante para fraguar (aunque sea involuntariamente) sus
“visiones”, pues con más razón pueden hacer lo mismo los voluntarios de
estas experiencias (generalmente estudiantes universitarios deseosos de
ganar unos dólares, amas de casa de mediana formación interesadas en
ocupar sus tiempos libres en actividades estimulantes; pero nunca
atareadísimos pastores montañeses), más aún, y como los mismos expertos
saben, en un nivel profundo deseosos de complacer al controlador de la
experiencia.
Pero el segundo detalle significativo (concluímos aquí
sobre el extenso trabajo de Alvin Lawson, John De Herrera y Walter McCall,
sobre el que volveremos) es que las descripciones concomitantes surgen con
individuos hipnotizados, y no con los que no lo están. Al margen de que
aún desconocemos casi todos los mecanismos que operan en ese eclipse de la
conciencia que es la hipnosis, a la cual los mismos críticos señalan como
herramienta poco fiable en la investigación ufológica, es significativo
que dicha correspondencia (entre la anécdota real y el trance inducido)
ocurra precisamente en ese estado. Aunque también podríamos decir, que más
que construir escenas irreales con material profundamente inconsciente,
estos experimentos establecen incuestionablemente la aptitud de los
sujetos hipnotizados para reproducir, no a grandes rasgos sino con
intrincados pormenores, argumentos a los que no habrían tenido acceso por
medios convencionales. En el estado de hipnosis –y es razonable conjeturar
que otros estados pueden servir igualmente bien- los sujetos parecen poder
obtener acceso a material por medios que no son físicos ni sensibles, y
reestructurar luego ese material sobre una base creativa y selectiva,
usándola para urdir un relato dramático, a la medida de lo que se les
pide.
En un trabajo anterior (“La fotografía psíquica entre la
Parapsicología y los OVNIs”, publicado en distintos medios, entre ellos,
en el número 9 de nuestra revista digital “Al Filo de la Realidad” –
http://www.eListas.net/lista/afr/archivo - ) me he extendido –cosa que no
haré ahora para evitar ser repetitivo- entre las correspondencias que a mi
entender existían entre esas dos disciplinas. Pero para la mejor
comprensión de la teoría que expondré aquí, es necesario profundizar en
ciertas interrelaciones. Aquí, me detendré particularmente en dos: la
indiferenciación entre observaciones de OVNIs y de otro tipo de
“entidades” (marianas, demoníacas, etc.) y la “selectividad” que el
fenómeno manifiesta.
Autores mucho más calificados que yo (Salvador
Freixedo, Jacques Vallée, entre otros) abundaron en la investigación
–especialmente abrevando en fuentes históricas- de “apariciones”,
generalmente interpretadas dentro de un contexto religioso, pero que
expurgadas de todo matiz cultural aparecían difícilmente desglosables de
muchos aspectos, a veces centrales, a veces periféricos, del fenómeno
OVNI. No voy a volver aquí sobre sus pasos. Simplemente (ante el clamor de
muchos que seguramente sostendrán que cuando una señora campesina que
“ve”a la Virgen esto es suficiente claro y taxativo como para no
confundirla con un ET) repasar ciertos conceptos, el primero de ellos no
perder de vista que no se puede ser a la vez juez y parte, lo que es tanto
como decir que difícilmente yo pueda juzgar con equidad y objetividad una
experiencia espontánea, emotiva y estresante como es la irrupción en la
vida de cualquiera de uno de estos fenómenos. Como nadie es buen
observador de sí mismo, que “yo concluya” que “mi” visión es tal o cual
cosa es una petición de principio respetable, pero no aceptable.
Lógicamente, muchas personas simples y sinceras están convencidas que han
visto a la Virgen María o a tal o cual entidad espiritual porque así la
misma se presenta, lo que, en todo caso, presupone asignarle a la entidad
un grado de sinceridad que no se fundamenta más que en la necesidad de
satisfacer las propias expectativas. Pero si analizamos objetivamente los
hechos –y un ejemplo contundente de ello es el trabajo del investigador
lusitano Joaquim Fernándes respecto de las apariciones de la Virgen de
Fátima- sólo un condicionamiento preexistente –o ciertos intereses
posteriores- del perceptor o de personas o instituciones de fuerte
influencia sobre él –las iglesias- llevan a transformar lo visto en una
entidad sacra determinada, cuando lo que generalmente se ve es simplemente
una “luz”, o, en el mejor de los casos, una entidad humanoide, pero ni
siquiera remotamente parecida a la hagiografía con que se les conoce. A
fin de cuentas, un evento de los pocos mistéricamente aceptados por el
Vaticano (las apariciones en Lourdes a Bernardette Soubirous) responde a
estas características: Bernardette declara tener sus primeros encuentros
con una “señora” (a la que por otra parte, describe casi como una niña)
que, aunque se presenta como la “Madre de Dios”, le despiertan tanto
recelo que no duda en concurrir a una de las “entrevistas” munida de un
frasco de agua bendita que sorpresivamente arroja sobre la entidad. Que
una niña campesina, inculta y en un medio fuertemente religioso como el
que rodeaba a Bernardette sea lo suficientemente suspicaz como para dudar
de que se tratara realmente de la Virgen, demuestra hasta que grado la
entidad, cuando menos en su aspecto –si no en sus palabras- dista de
responder a los modelos clásicos del género. Así, los sacerdotes estimulan
(abierta o solapadamente) las revelaciones marianas, mientras prefieren
ignorar centenares de miles de testimonios de manifestaciones que, por no
caer bajo su égida, quedan en el limbo; sucesivos médiums espiritistas no
tienen empacho en aceptar la aparición de la querida y muy finada tía
Clara pero se encogen de hombros ante las descripciones de visitas
alienígenas, y contemporáneos ufólogos sostienen audaces teorías cósmicas
pero consideran pura y simple superstición los relatos de Garabandal o San
Nicolás.
Pero en realidad esta división no nace tanto del fenómeno en
sí (un triángulo luminoso se mantiene suspendido en un amanecer junto a un
arroyo. Dos personas lo observan: una anciana campesina que salió a
revisar su gallinero y, desde la autopista, un ingeniero que pasaba en su
automóvil. ¿Alguien duda que la primera contará sobre una aparición
“divina” o “demoníaca” y el segundo hablará sobre un “OVNI”?) sino de la
diferenciación que nosotros presuponemos. Y diferenciar presupone que cada
categoría es homogénea (“todos los OVNIs tienen en común algo
fundamental”) y, segundo, que esta es distinta de otras categorías (“lo
que los OVNIs tienen en común es distinto de lo que las apariciones
marianas tienen en común”). Y eso implicaría que conocemos bastante acerca
de OVNIs y apariciones marianas como para decir cuándo una aparición es lo
uno o lo otro. Y habría que ser muy, pero muy pedante, para sostener que
efectivamente, sí sabemos tanto.
Así que en esta aproximación, un
refuerzo a la conexión entre Parapsicología y Ovnilogía radica en la
muchas veces difusa línea fronteriza que separa ambos fenómenos. Pero
habíamos hablado de una segunda correspondencia. Y es lo que yo llamo
selectividad.
Como sabemos, el fenómeno Psi, cuando ocurre, no cumple
muchas de las condiciones de las energías físicas. Eso lo he descripto en
otro lugar y allí quedará. Pero llamo la atención sobre el particular que
no cumple el efecto “de campo”: si yo enciendo una estufa y me paro al
otro lado de la sala para percibir su calor, puedo estar seguro que
cualquier punto entre la estufa y mi persona también será alcanzado por el
calor, mayor cuanto más próximo a la fuente emisora esté. Pero en los
fenómenos extrasensoriales esto no ocurre. Yo puedo protagonizar un
episodio de telepatía con el señor que está al fondo del salón sin que
nadie en los puntos intermedios perciba o interfiera con lo que estamos
haciendo. O puedo actuar –es un decir, claro- telekinéticamente sobre la
lapicera que tengo al otro lado del escritorio sin que resulten afectados,
por caso, el ratón, el teclado, el teléfono, la pila de CDs o mi pipa que
están entre esa lapicera y yo. La ingeniera Carolina Grashoff me propuso
una explicación “sencilla”: un mecanismo de sintonía. Así, si movemos esa
lapicera y no otra, si contacto telepáticamente con ese caballero y nadie
más es que por alguna razón que se me escapa, hay una afinidad, una
correspondencia, diría Carolina –ingeniera al fin- una capacidad de
sintonización. Pero, en definitiva, ¿una sintonización con qué?. Y así,
como el dial de la radio nos permite sintonizar distintas “frecuencias”
–niveles- en las cuales se expresa un mundo diferente de sonidos, creo
posible que esa capacidad de “sintonización” sea con un plano, una
dimensión o un orden distinto de Realidad. Otra vez, el cerebro, entonces,
no produciría el fenómeno, sino que, como transductor, lo calibraría.
(integro aquí este concepto al que ya he expresado en mi artículo
“Memoria: el archivo del Universo”, revista “Al Filo de la Realidad”
número 10)
Bien, hay, de todas formas, una selectividad. Y cuando en
una aparición OVNI (aunque, después de los párrafos que he escrito, sé que
el lector entenderá que el mismo razonamiento puede aplicarlo a una
pléyade de entidades) es percibida por ciertas personas de un grupo y no
por otras, creo que se cumple un principio de selectividad similar. Aún
cuando muchos crean que es más cómodo acudir a una explicación
alucinatoria. Pero el punto es que más a menudo se echa mano a las
alucinaciones como explicación que la probabilidad que las mismas sean las
responsables, en principio, porque los cuadros alucinatorios requieren de
patologías muy específicas y nunca se producen una sola vez en la vida,
sino que tienen una recurrencia muy particular. Así que cuando un testigo
dice estar viendo un OVNI que no es percibido por un circunstancial
compañero, estamos aquí ante otra coincidencia fenomenológica entre OVNIs
y Parapsicología.
Mi opinión personal es que Psi y OVNIs
pertenecen, con matices, al mismo ámbito. Detrás de los OVNI deduzco la
presencia de una Inteligencia o Inteligencias; detrás de los fenómenos Psi
no, pero sí, por el contrario, la acción multifacética de fuerzas. Creo
que en ese ámbito del que estaba hablando, las fuerzas que en él operan se
manifiestan en el nuestro como fenómenos Psi, y las inteligencias que en
él habitan se presentan en el nuestro con la mascarada OVNI. Creo que lo
que llamamos “OVNI” es un ente proteiforme que se adapta a las necesidades
emocionales de quien lo percibe. Y como toda conducta demuestra la
presencia de una inteligencia, y asÍ como toda conducta tiene una
motivación y un objetivo, el exacerbar las necesidades emocionales de los
testigos tiene que tener también su razón de ser. Pero no nos
apresuremos.
Ese ámbito del que he hablado lo concibo como un orden
distinto de Realidad. Un plano Trascendente a aquél en que ocupamos. Y así
comenzará a tener sentido el título de este trabajo.
Los que
escuchan cosas del cielo
En esta época muy “newager”, quien más,
quien menos, ha oído hablar de los shamanes indígenas y sus experiencias.
Sólo una lectura superficial a este problema tan complejo podría llevar a
creer que todo se reduce a una melánge de visiones provocadas por
alucinógenos, creencias supersticiosas e ignorantes, estados estresantes
de tortura física y mucho folklore. Todo antropólogo que haya seguido de
cerca la experiencia shamánica sabe que ocurren sucesos que, por más
positivista que sea su actitud, señalan que “algo” pasa, con “algo” se
conecta el hechicero. Si las profundidades del Inconsciente, el mundo de
los espíritus o dimensiones paralelas, es tema de discusión, pero las
capacidades psicofísicas, los conocimientos premonitorios y clarividentes,
las experiencias psicokinéticas, termogenéticas e hiloclásticas observadas
no son tema de debate. Y, ciertamente, estos shamanes comparten un portal
a un ámbito trascendente con los lamas del Tibet o los místicos
occidentales en olor de santidad.
El primer paralelismo que
encuentro entre la experiencia shamánica (quede claro que de aquí en más
englobaré bajo este nombre un abanico muy amplio de experiencias y
realizadores, donde categorizaré, sólo a título de simplificar, como
“shamán” desde un Alce Negro hasta un San José de Cupertino) es la
suspensión de la incredulidad. Durante la experiencia, los testigos de
OVNIs aceptan como cosa común y corriente no sólo características de la
aparición que resultarían chocantes con otra perspectiva, sino ciertas
anécdotas que, devenidas dentro del episodio, no les llaman la atención:
relojes que en sus muñecas corren “al revés”, falta de sombras o capacidad
de hacer pasar cosas sólidas a través de otras son en ese contexto
aceptadas como “normales”, aunque fuera de la experiencia llamen
poderosamente la atención. Tomando en cuenta el arquetípico Miedo a lo
Desconocido, tan propio del ser humano, experiencias que deberían ser
psicológicamente terribles para cualquiera son aceptadas emocionalmente
sin dificultad por los protagonistas. Aquí me pregunto si no estamos
frente a otra conexión entre Parapsicología y Ovnilogía: la dicotomía
“corderos” versus “cabras”.
Cuando la credulidad es una
destreza
Fue el padre de la Parapsicología científica
contemporánea, el biólogo norteamericano Joseph Banks Rhine quien allá en
los años ’50 llevó a cabo una serie de experimentos muy interesantes.
Separó un grupo de estudiantes universitarios según su actitud frente a lo
paranormal: a los “creyentes”, los denominó “corderos”; a los escépticos,
“cabras”. Y sometió ambos grupos a sus matemáticos y confiables tests de
percepción extrasensorial. El resultado fue por demás sugestivo: sin
posibilidad de subjetividad en la interpretación ni de proyección de
creencias previas, definitivamente los “creyentes” obtuvieron, siempre,
porcentajes de aciertos muy por encima del azar, mientras que las “cabras”
rara vez alcanzaron ese piso. La conclusión era obvia: las creencias
–diríamos, la emocionalidad- es como una espita que permite u obstruye la
manifestación de fenómenos Psi. En consecuencia, proyectando estas
conclusiones al terreno de los OVNIs, podemos afirmar que el hecho que los
“creyentes” protagonicen más fenómenos que aquél incrédulo que sostiene
gozoso que “nunca vio nada raro”, no se debe a actitudes
pseudoalucinatorias del primero sino a un desenvolvimiento particular de
las categorías descriptas de perceptores. En consecuencia, reconocemos
aquí una parte de la mente del perceptor que actúa, ora como sintonizador,
ora como perceptor, ora como amortiguador, ajeno a la conciencia del Ego.
Un “yo” –en singular para diferenciarlo, por el momento, del Yo como
Conciencia del Sí Mismo- que nos pone en contacto con el fenómeno,
facilita su percepción –ajena a otras personas circunstanciales; no es,
por tanto, la percepción física ordinaria- pero al mismo tiempo
salvaguarda del efecto traumático del choque cultural que significaría
darle ingreso a nuestra historia vivencial sin ”ajustarlo”.
Más
acá de la mente
Es muy común –exageradamente común- leer con
distinta suerte todo tipo de comentarios respecto a los “ilimitados”
poderes de la mente, las maravillas de que es capaz (y que ignoramos) y
sus sorprendentes recursos. Y sin menoscabar todo ello –no sería, por
obvias razones, justamente yo quien lo haría- creo que es necesario en
honor a la verdad poner ciertos límites y enmarcar dentro del sentido
común algunas apreciaciones, por lo menos aquellas atinentes a las
cuestiones que estamos abordando aquí.
Porque creo que se exagera
gratuitamente la presunción de que cualquier evento “extraño” que un
individuo protagonice puede ser atribuido a la mente, como si ésta fuera
una galera de prestidigitador, como si por arte de birlibirloque la misma
fuera capaz de las más extrañas evocaciones, mediante las cuales creemos
poder reducir todo hecho insólito a la difusa categoría de “alucinación” o
“visión” sin más preocupación, y sin, por lo visto, la sana reflexión
respecto de si la mente ha sido después de todo realmente capaz de
producir aquello que le atribuímos.
Rostros desconocidos acuden a mi
mente durante un sueño, o en estado de “alucinación hipnagógica “ –la que
ocurre cuando estamos por quedarnos dormidos- o “hipnopómpica” –la que
acude apenas nos despertamos. Nos consolamos diciéndonos que, seguramente,
es “una creación de mi mente”, por lo tanto falsa e ilusoria, y no le
damos más importancia, seguros que nuestra mente nos ha jugado una mala
pasada y que esos personajes no “existen”, en ningún plano de existencia
del que estemos hablando. O soñamos que nos paseamos por una casa que
sabemos que es “nuestra” casa, pero no se parece en lo más mínimo a la
“real”, o visitamos una ciudad que, aunque reconocemos, no aparenta ser
como sabemos en vigilia que es. Y nos despertamos, musitamos algo así como
“pero qué cosas raras hace la mente” y pasamos a ocuparnos de tareas más
terrestres. Y se nos acaba de escapar algo fundamental.
Porque si la
mente “construye” los sueños y las alucinaciones –aceptemos la postura
oficial de la Psicología- como dramatización de represiones, o eclosión de
deseos, es decir, responde a la necesidad de satisfacer ciertas
expectativas del Inconsciente, lo lógico es que lo construyera con
material conocido y no desconocido. Si evoca rostros, por un principio de
economía energética –válido también en la esfera psíquica, más aún si el
escéptico detractor es un mecanicista y positivista- ¿no deberían ser
rostros de personas conocidas ante que soberanos extraños?. Si para
entretenerse durante el dormir la mente decide irse a pasear a cierta
ciudad que conoce, ¿no sería lógico que la reprodujera más o menos como es
en realidad?. Entonces, por aquél maltratado principio de economía de
hipótesis, cabe preguntarse: si la mente se toma el trabajo de
“representar” rostros desconocidos o lugares ajenos a su conocimiento, ¿no
será que, por vías que escapan a los alcances de este trabajo, toma esa
información de “otra” realidad?. Todo esto sugiere una decisión deliberada
por parte de lo que construye los sueños, otra parte de la mente que no es
la mente, un “yo” distinto a los otros “yoes” que venimos considerando,
cuyo propósito se me escapa.
Reflexiones que pueden hacerse extensivas
también a la casi innata actitud pública de considerar que quienes son
testigos presenciales de apariciones fantasmales, en, pongamos como
ejemplo, un antiguo castillo, son en definitiva víctimas también de las
trampas de sus propias mentes. Pero la pregunta que me hago es: si las
visiones de aparecidos, espectros y fantasmas son simplemente
alucinatorias, ¿porqué distintas personas, generalmente desconocidas entre
sí y en ocasiones en épocas temporales distintas, alucinan lo
mismo?.
OVNIs y espiritualidad
Antes de continuar, intuyo
que la manera de aproximarme al estudio de los OVNIs que aquí planteo
resultará bizarra y extraña a la mayoría de los lectores (aunque
sostendría que si han sobrevivido a la lectura hasta aquí vamos bien
encaminados); en mi descargo sólo puedo decir que otras aproximaciones
–intentadas en el pasado por muchos acreditados colegas y hasta por mí
mismo- más cercanas al método de laboratorio –no quisiera decir
“científico”- no han dado mejores resultados para entender al fenómeno. Y
creo, sinceramente, que el método más seguro es el de estudiar siempre un
fenómeno en su propio plano de referencia, sin perjuicio de integrar luego
los resultados en una perspectiva más amplia. De manera que me he visto
obligado a hacerme algunas preguntas (otras más) cuando acometí este
análisis. Por ejemplo: ¿porqué el tema OVNI ha ido girando –algunos dirían
“mutando”- en los últimos años de un tratamiento exclusivamente
“cientista” o casuístico a una óptica pseudoreligiosa?. ¿Por qué la
evolución del tema llevó a la opinión pública a llamar “expertos en OVNIs”
hoy en día a quienes son lisa y llanamente “contactados”, mientras que
décadas atrás ese rótulo se le endilgaba a quien sólo sometía al testigo y
su relato a un cribado estudio estadístico?. ¿Porqué se “espiritualizó” de
esa manera el tema?. Una de tantas posibles respuestas: ¿no será que se
fue volviendo más “espiritual” porque precisamente esa era su naturaleza
desde el principio?.
Tenemos que ser muy cuidadosos cuando incluímos la
variable “espiritualidad”. Desde ya, no me estoy refiriendo a las
religiones y, mucho menos, a las iglesias –del tenor que fueren- a las
cuales, con todo respeto y sana disensión, sólo considero lo que su
etimología griega (“ekklesía”) significa: “reunión de hombres”. Hablo de
espiritualidad para referirme, ora a una dimensión inasible de la
naturaleza humana, ora a una necesidad inconsciente, la necesidad
religiosa o necesidad mágica, arquetípica en toda la especie humana. Sólo
que no considero esta necesidad como un “chupete afectivo”. Ya expresé
alguna vez que si nuestra naturaleza busca algo, es porque en algún lugar
hay otro algo que la satisface. Dicho de otra manera, en la medida en que
el inconsciente es el “cul de sac”, el precipitado de las innumerables
situaciones límites vividas por el individuo, no puede dejar de parecerse
a un universo mágico, ya que toda magia, aún la más elemental, es una
ontología: revela el ser de las cosas y muestra lo que es realmente,
creando así un marco de referencias que propone un Centro cada vez que
nuestra existencia se ve amenazada de caer en el Caos. Por ello, la
espiritualidad es la salida ejemplar de toda crisis existencial. La
espiritualidad comienza allí donde hay revelación total de la realidad:
revelación de lo sagrado a la vez –de lo que es por excelencia- y de las
relaciones del hombre con lo sagrado, multiformes, cambiantes, muchas
veces ambivalentes, pero que siempre sitúan al ser humano en el corazón
mismo de la experiencia. Esta doble revelación abre al mismo tiempo la
existencia humana a los valores del espíritu, por una parte lo sagrado
constituye lo Otro por excelencia, lo “trascendente”, y por otra parte, lo
sagrado tórnase ejemplar, en el sentido que instala modelos a seguir:
trascendencia y ejemplaridad que fuerzan al hombre espiritualizado a salir
de las situaciones personales, a sobrepasar la contingencia y lo
particular y llegar a valores generales, a lo universal.
Esa
metamorfosis viven muchos testigos de apariciones OVNI. Están en el centro
episódico de una situación trascendente, que se manifiesta –se puede
manifestar- de innúmeras formas: es proteiforme, ya lo dijimos. Pero
después, la persona cambia: se abre a nuevos valores, nuevas creencias, y
nuevos paradigmas de vida. Trasciende la estrechez de su cotidianeidad y,
transmutado en contactado, testigo estrella o “ufólogo”, tiene algo que
predicar al mundo.
De lo que estoy hablando es que supongo que el
contactado tiene la potencialidad latente de “algo”, que se dispara con el
contacto: si superioridad espiritual, ingenuidad a prueba de bombas o
paranoia galopante, quién sabe. Pero la experiencia física afuera dispara
algo adentro. Una conmoción sensorial puede despertar una personalidad
distinta. Eso es absolutamente esotérico, duerme en los fundamentos de
todo rito iniciático. Con frecuencia –aún fuera de los templos- se
requiere la conmoción producida por una experiencia emotiva para hacer que
la gente se despierte y ponga atención, vea más que mirar. En el siglo
XIII, eso le pasó a Ramón Lllulio, quien, después de un largo asedio,
consiguió una cita secreta con la dama de la que estaba enamorado. En la
noche y a solas, ella, calladamente, se abrió el vestido y le mostró su
pecho, carcomido por el cáncer. La conmoción cambió la vida del hasta
entonces libertino Lllulio, quien con el tiempo llegó a ser un místico y
teólogo eminente y uno de los más grandes misioneros de la iglesia
católica. En el caso de un cambio tan repentino, se puede demostrar con
frecuencia que un arquetipo ha estado operando por largo tiempo en el
inconsciente, preparando hábilmente las circunstancias que conducirían a
la crisis.
¿La salvación por el OVNI?
En líneas generales,
todos los “contactados” transmiten el mensaje de que si esta sociedad no
cambia a tiempo su destrucción es inminente: revelados estos mensajes o no
por sus Maestros Extraterrestres, siempre serán unos pocos elegidos los
salvados en el último momento. Y así uno no crea en Arcas de Noé
interplanetarias evacuando la Tierra minutos antes del Apocalipsis, la
presencia de los OVNI en nuestra cultura tiene la paternidad de la
potestad divina. Porque es bien sabido que los malestares y las crisis de
las sociedades modernas responden, en buena manera, a la ausencia de un
mito –no como mentira, sino como ideal legendario- propio. Si consideramos
el crecimiento intelectual y moral de un individuo como el de la ontogenia
de la cual proviene, y si afirmamos que las crisis y caídas del
adolescente lo son en buena manera por no tener una “imagen” paterna que
ansíe imitar o emular, la ausencia de una “imagen paterna” en una sociedad
cambiante como la moderna es la razón de sus desequilibrios y carencias.
Por ende, la salvación del mundo moderno, en crisis después de su ruptura
con los valores tradicionales, está en encontrar un nuevo mito, lo que le
llevará a una nueva fuente espiritual y le devolverá las fuerzas
creadoras. Pero si además ese mito también tiene una realidad física, y si
esa realidad física también evidencia una Inteligencia detrás, tenemos un
epifenómeno a caballo entre dos mundos: el de lo tangible cotidiano, y
otro plano. Si dimensión paralela, mundo de los sueños, cielo o infierno,
depende de la terminología a la que sea más afecto cada uno. Lo cierto es
que el OVNI –y sus responsables- están aquí, y expresan nuestra necesidad
de cambio.
¿Pero cambio de qué?. Es bastante obvio. Si tecnológicamente
tenemos lo que queremos –sabemos que aún habrá más, pero nunca hemos
estado en este sentido como ahora- si afectiva o sexualmente no tenemos
represiones o se nos veda nada, si intelectualmente desde la enciclopedia
en la biblioteca del barrio hasta Internet podemos acceder libremente a
cualquier tema que nos interese, entonces nuestras carencias son
estrictamente espirituales. Y si usted piensa en su alicaído bolsillo a
consecuencia de una economía nacional pauperizada, permítame decirle que
en última instancia eso también es espiritual. Sin negarle ni quitarle su
derecho a ingresos más dignos, recuerde aquello de que “rico no es quien
más tiene sino quien menos necesita”. Una actitud espiritual que puede
aceptarse o no libremente, pero no deja de ser una actitud espiritual para
enfrentar la crisis. Y una conclusión a la que he arribado es que, salvo
escasas excepciones, el público afecto en forma más o menos comprometida
con el tema OVNI en principio termina inclinándose, tarde o temprano, en
búsquedas más espirituales: yoga, orientalismo, parapsicología,
metafísica, angelología, o lo que sea. De donde el OVNI hace las veces de
“portal”, de acceso (todavía no llegó el momento de hablar de iniciación).
Y si de algo podemos estar seguros, es que la historia del pensamiento
humano no hubiera sido la misma si no hubiera aparecido, sociológicamente,
la variable OVNI.
La nueva guerra santa
Siempre me ha
llamado poderosamente la atención la emocionalidad subyacente detrás de la
investigación OVNI. Difícilmente exista campo del interés humano donde
entusiastas y detractores se enfrenten más empeñados en un combate cuerpo
a cuerpo que en un sensato intercambio de ideas. Los insultos, los conatos
de pugilato y las actitudes despectivas proliferan de ambos lados, y todos
y cada uno creen tener una razón profunda, una verdad inalterable para
proceder así. Gente sencilla y alegre, confiable y sensata, pragmática y
querible, comerciantes, bancarios, ingenieros, periodistas, maestros de
escuela, padres de familia y apreciados por quienes les conocen, se
transforman en “explotadores de la credulidad ajena” o “reaccionarios
mentirosos” a los ojos de sus contendientes intelectuales. Deberíamos
entonces preguntarnos si esto –que no me animo a llamar “fanatismo”,
porque éste se trata de una verdadera psicopatología con muchas otras
características que por lo habitual los ovnílogos y escépticos militantes
a los que me refiero no muestran- no tiene correlato con las actitudes
intransigentes de cristianos y musulmanes propias de épocas pasadas, donde
el combate contra el “enemigo ideológico” era una verdadera guerra santa
por la Verdad.
Y uno de los matices colaterales de esta
“emocionalidad” intrínseca a la actividad ovnilógica (y, al mismo tiempo,
punto de quiebre entre los que reivindican una “objetividad científica” y
aquellos a los que acusan de “demasiado subjetivismo en el tratamiento de
la información”) es la actitud con que los ovnílogos tomamos nuestra
actividad: es casi nuestra vida. Lo hacemos con pasión, con lágrimas y
risas, con depresiones y éxtasis exultantes.
¿Porqué la ovnilogía nos
motiva tanto?. Ciertamente pueden inventarse muchas explicaciones, pero
creo que la mayoría no pasarán de ser simplemente eso: inventos. Que
compensamos carencias infantiles, que satisfacemos necesidades mágicas,
que alimentamos nuestro deteriorado ego con protagonismos insulsos, que
reprimimos nuestro complejo de inferioridad... Tal vez en casos
individuales algunos de estos enfoques reflejen la realidad, pero
ciertamente aglutinar todos ellos para describir el porqué de tanta pasión
en los ovnilógico –pasión que en calidad, no en signo, es compartida por
igual por defensores y detractores- debe tener otros fundamentos. Y
entiendo que estos fundamentos son esotéricos.
Tomemos un ejemplo
paralelo para comprender este aserto. Y remitámonos a algo tan cotidiano
como la actividad laboral, el trabajo nuestro de cada día. Y, de paso,
comprender porqué “sufrimos” el vacío espiritual detrás de las actividades
diarias, que es como decir descubrir porqué la vida, pese a tener a veces
cuánto deseamos, aparece “sin sentido”. Si esta aproximación esotérica a
la Ovnilogía nos permite, colateralmente, entender esa situación, creo que
en cierta medida mi esfuerzo –aunque por razones ajenas a mi interés
principal- se verá recompensado.
En las antiguas culturas
tradicionales, la sacralidad, la espiritualidad estaba necesariamente
presente en todos los órdenes de la vida. Era impuesta desde la niñez, y
no se concebía, por ejemplo, abrir la tienda por la mañana sin abluciones,
ni reunirse con amigos sin elevar ciertas preces. Cualquier gesto
responsable de la tarea humana reproducía un modelo mítico, trascendente
y, en consecuencia, se desenvolvía en un “tiempo” ajeno a la línea de
temporalidad mortal, en un tiempo sagrado. El trabajo, los oficios, la
guerra, el amor, eran sacramentos. Escribe Mircea Eliade: “Volver a vivir
lo que los dioses habían vivido “in illo tempore” traducíase por una
sacralización de la existencia humana que completaba de ese modo la
sacralización del cosmos y de la vida. Esta existencia sacralizada,
abierta sobre el Gran Tiempo, podía ser muchas veces penosa, mas no por
ello dejaba de ser menos rica en significado; en todo caso, no estaba
aplastada por el Tiempo. La verdadera “caída en el Tiempo” comienza con la
desacralización del trabajo; sólo en las sociedades modernas ocurre que el
hombre se siente prisionero de su oficio, por cuanto no puede escapar ya
del Tiempo. Y es porque no puede “matar” su tiempo durante las horas de
trabajo –esto es en el momento en que goza de su verdadera identidad
social- por lo que se esfuerza por “salir del Tiempo” en sus horas libres;
de donde el número vertiginoso de distracciones inventadas por las
civilizaciones modernas. En otros términos, las cosas ocurren precisamente
al revés de lo que son en las sociedades tradicionales, donde las
“distracciones” casi no existen, por cuanto la “salida del Tiempo” se
obtiene por todo trabajo responsable. Es por esta razón que, como acabamos
de verlo, para la mayoría de los individuos que no participan de una
experiencia religiosa auténtica, el comportamiento mítico déjase
descifrar, fuera de la actividad inconsciente de su psiquis (sueños,
fantasías, nostalgias, etc.) en sus distracciones”.
De esto deduzco
tres cosas:
- La naturaleza mística del fenómeno OVNI dota a
quienes lo hacen eje de sus tiempos de una sacralidad que (esto es
importante señalarlo) no está en el observador – analista, sino en el
fenómeno en sí. Esta “transferencia” del contenido feérico del objeto –
símbolo al sujeto humano asume el carácter de una verdadera “emanación” en
el sentido más cabalístico del término, lisa y llanamente una
epifanía.
- Es consecuencia esperable, lógica y hasta sana que la
“investigación científica del fenómeno OVNI” devenga en una
“espiritualidad del OVNI”. Una espiritualidad no religiosa, o, más bien,
no eclesiástica. El problema –en todo caso, metafísico y teológico- es si
podemos considerar divinizables a las entidades inteligentes que operan
detrás del fenómeno, o si por el contrario el ámbito de lo metafísico debe
abandonar el Parnaso intelectual para ser reducido a materia de discusión
empírica. ¿Debemos hacer de las religiones una ciencia?. ¿Debemos retornar
a una ciencia de las religiones?. ¿O no sería más sencillo comprender que
estos ámbitos nos muestran las limitaciones que ciencia y religión acusan
–no por falsas e incompletas, sino por insuficientes para este especial
momento de la evolución humana- y por consiguiente debemos crear una nueva
opción en el proceso de conocimiento de la Realidad, una opción que
hermane la ciencia y la religión?.
- Finalmente, la extrapolación
natural de estos razonamientos nos enseña que a través de estas
disciplinas de la Nueva Era (concepto que empleo en un sentido
sociológico, desprovisto de toda connotación peyorativa) en general y de
la aprehensión (más que de la comprensión; luego explicaré las sutiles
diferencias entre ambos términos) se materializará el próximo salto
evolutivo de la humanidad: que esta vez, no será biológico, intelectual ni
tecnológico; será hacia una nueva espiritualidad. Y esa nueva
espiritualidad debe construirse sobre los escombros de la espiritualidad
reinante en el aquí y ahora. Esto es tanto como decir que, si el mundo
estuviera sensatamente encauzado espiritualmente, no habría lugar para una
nueva espiritualidad: ni sentiríamos la necesidad de buscarla, ni nos
angustiaría que la anterior hubiera caducado –porque entonces no lo habría
hecho-; cómodamente instalados en esa espiritualidad perenne, no
sentiríamos las fuerzas que nos moverían a hacer ningún cambio.
Precisamente porque la espiritualidad que conocimos se derrumba, es que
surge la oportunidad del nacimiento de una nueva; pero también podríamos
decirlo así: precisamente porque nacerá una espiritualidad nueva, debe
primero derrumbarse la vieja. Y esa nueva espiritualidad no es ajena a las
fuerzas que operando en –o desde- un campo Psi son monitoreadas por
inteligencias ocultas detrás de lo que llamamos (o percibimos como)
OVNIs.
Jung supo escribir: “... Se puede percibir la energía
específica de los arquetipos cuando experimentamos la peculiar fascinación
que los acompaña. Parecen tener un hechizo especial. Tal cualidad peculiar
es también característica de los complejos personales; y así como los
complejos personales tienen su historia individual, lo mismo les ocurre a
los complejos sociales de carácter arquetípico. Pero mientras los
complejos personales jamás producen más que una inclinación personal, los
arquetipos crean mitos, religiones y filosofías que influyen y
caracterizan a naciones enteras y a épocas de la historia”. Es innegable
la colateralidad de este comentario al componente “emotivo” de los OVNIs.
Y cualquier escéptico podrá, burlonamente, señalar que esa fuerza
sentimental es lo que le quita seriedad a la investigación de los OVNIs en
particular y a la vida de los ovnílogos en general, porque tal componente
obnubila la razón, el análisis frío y desapasionado de los hechos,
tiñéndolos más de un matiz religioso que científico. Pero el ovnílogo,
frente al científico escéptico, tiene desde el vamos una postura
ventajosa. Porque su emocionalidad ya le ha permitido ganar la más difícil
de las batallas: el temor al sin sentido de la vida.
Todos necesitamos
ideas y convicciones que le den sentido a nuestra vida y que nos permitan
encontrar un lugar en el universo. Podemos soportar las más increíbles
penalidades cuando estamos convencidos de que sirven para algo, y nos
sentimos aniquilados cuando tenemos que admitir que estamos tomando parte
en un cuento contado por un idiota. Una sensación de que la existencia
tiene un significado más amplio es lo que eleva al hombre más allá del
mero ganar y gastar. Si carece de esa sensación, se siente perdido y
desgraciado. Si San Pablo hubiera estado convencido de que no era más que
un tejedor ambulante de alfombras, con seguridad no hubiera sido el hombre
que fue. Su verdadera y significativa vida reside en su íntima certeza de
que él era el mensajero del Señor. Se le puede acusar de sufrir
megalomanía, pero tal opinión palidece ante el testimonio de la historia y
el juicio de las generaciones posteriores. El mito que se posesionó de él
le convirtió en algo mucho más grande que un simple
artesano.
El cielo en la carne
Ya hemos insinuado
que existe, a nuestro criterio, ciertas características de las prácticas
shamánicas (recordando el amplio espectro de aplicación que damos a esta
palabra) que podrían introducirnos en un conocimiento más profundo de la
experiencia OVNI. Para ello, es necesario, primero, que dediquemos cierto
tiempo para comprender la naturaleza de algunas prácticas de estos
malentendidos “hechiceros”.
Comencemos por el concepto del “vuelo”
entre sus atribuciones. En tiempos históricos, está claro que este “vuelo”
es espiritual. Ciertamente, fisiólogos y médicos dirán que se tratan de
creaciones alucinatorias provocadas o bien por las sustancias alucinógenas
a las que son tan afectos, o bien como consecuencia de las flagelaciones,
torturas físicas y situaciones extremas a las que, como parte de su
aprendizaje, someten cuerpo y mente. Una conducta masoquista que, en un
todo, es coherente con sus creencias. Entre los hindúes, dice el Satapatha
Bramana, en su Capítulo IV: “El sacrificio, en su conjunto, es la nave que
lleva al cielo”. Pero concluir que sus percepciones son “alucinaciones”
–en todo su sentido de ilusorio- creadas por el sufrimiento, el estrés de
una situación límite o las drogas puede ser un enfoque equivocado de la
situación. Es como las alucinaciones –ciertas alucinaciones- que acompañan
los estados febriles o algunas enfermedades. Creemos que son una afección
mental, un síntoma patológico que ocurre cuando padecemos ciertas crisis y
que desaparecerán cuando estemos mejor. No parece que a la mayoría de los
especialistas se les haya ocurrido que así como el contenido de los sueños
es mucho más interesante e informativo que el hecho de que soñemos, el
estudio más detallado de esas alucinaciones puede enseñarnos que no es la
forma en que aparece, sino el hecho de la forma con que aparezca lo más
interesante de ellas. El hecho de que una persona tenga una alucinación
puede indicar que se encuentra en un estado mental anormal pero no
necesariamente patológico. Más exactamente: las alucinaciones podrían no
ser el resultado de la enfermedad por sí misma, sino del estado alterado
de conciencia que es inducido por la enfermedad. Y ello sería
perfectamente aplicable a la experiencia shamánica.
La segunda objeción
que tendría que hacer es a la tendencia innata de médicos y psicólogos a
explicar las visiones de shamanes y las descripciones de abducidos como
regresiones a los primeros días de vida o a la etapa fetal. Y de esto se
ha abusado mucho. Porque, por otro lado, los neurólogos saben
perfectamente bien que el mecanismo cognoscitivo de un bebé de días –y no
hablemos de un feto- apenas se encuentra burdamente desarrollado e
incompleto, de donde es ilusorio aceptarle la capacidad de “grabar”
vívidamente imágenes (los “cabezones” que se inclinan sobre su cuerpo, la
luz al final del túnel... vaginal, el aspecto esférico del vientre
materno) para reconstruirlo inconscientemente más tarde.
Pero además no
es de ahora las explicaciones de los materialistas en busca de explicar
episodios espirituales a través de la actividad de tal glándula, tal
trauma infantil, tal situación embrionaria. Tal vez esas “explicaciones”
de las realidades complejas –como es la del espíritu- resulten
ilustrativas pero no son en absoluto explicaciones: solamente constatan
–lo que nadie refutaría- que todo lo creado tiene un origen en el tiempo.
Pero es evidente que el estado fetal no explica el modo de ser y sentir
del adulto: un embrión sólo tiene significado en la medida en que está
ordenado y relacionado con el adulto. No es el feto lo que “explica” al
hombre, ya que el modo específico del hombre en el mundo se constituye
justamente en la medida en que no goza ya de una existencia fetal. Los
psicoanalistas hablan de regresiones psíquicas al estado fetal, pero se
trata de una interpolación, ya que si bien es cierto que las “regresiones”
son siempre posibles, ellas no significan nada más que afirmaciones del
tipo siguiente: una materia viva regresa –por la muerte- al estado de
simple materia, o una estatua es susceptible de regresar a su estado
primero de naturaleza bruta si la reducimos a escombros a puro martillazo.
Pero el problema es otro: ¿a partir de qué momento una estructura o un
modo de ser es reputado como constituido?.
Conclusión: el “vuelo”
místico tiene entidad propia, y hacia ella apuntaré ahora mis pasos. Y si
bien comenzaré hablando del “vuelo” extático del shamán, terminaré
haciéndolo sobre otro “vuelo”: el que llevó a tanta gente –en qué estado,
es otro capítulo- al interior de un OVNI. Un OVNI que, ciertamente, no era
el útero materno.
Malinterpretando a propósito: Lawson y la
“conexión uterina”
Si en ocasiones algunos conocidos me acusan de
resultar un tanto “conspiranoico” al evaluar las acciones de los demás,
deberán aceptarme, cuando menos, que cuento con fundadas sospechas para
ello. Por caso, a través de años los escépticos han reivindicado los
estudios de un supuesto biólogo llamado Alvin Lawson en el sentido que sus
investigaciones con regresiones hipnóticas habrían demostrado que los
supuestos “secuestros” no serían más que tardíos recuerdos intrauterinos.
De esto, ya he escrito algo en páginas anteriores. Y si bien, ciertamente
podríamos encogernos de hombros y decir que con el mismo argumento con que
los escépticos critican la hipnosis para rescatar del olvido los sucesos
protagonizados durante el “tiempo perdido” de estos testigos nosotros
podríamos descreer de las conclusiones de tal investigación, lo cierto es
que la concepción uterina de Lawson se ha transformado con el tiempo en un
ícono de los negadores de siempre.
Pero –mira por dónde viene la cosa-
casualmente tuve oportunidad de acudir a ciertas fuentes (el propio
Lawson, en su conferencia “Raíces extraterrestres: seis tipos de entidades
de los OVNIs y algunos posibles antepasados terrestres” en el Simposio del
MUFON en California, 1979, y “La hipnosis de secuestrados en OVNIs
imaginarios”, en Curtis Fuller, Actas del Primer Congreso Internacional
sobre OVNIs, 1977 –Warner Books, Nueva York, 1980-) y no sólo vengo a
descubrir que el “biólogo” era en realidad un profesor de inglés en la
Universidad de California, sino que las afirmaciones del propio Lawson no
tienen absolutamente nada que ver con que los escépticos profesionales han
desparramado por ahí. Así que relataremos la historia como realmente
ocurrió.
En 1975, un investigador del grupo norteamericano APRO
(Aerial Phenomena Research Organization), John De Herrera, junto al
profesor Lawson y el doctor W.C. McHall, diseñaron un interesante
experimento. Por medios de anuncios en periódicos convocaron a un grupo de
voluntarios para un experimento hipnótico no especificado. Se seleccionó a
ocho que virtualmente nunca habían leído nada sobre OVNIs ni temas
similares, y, en sesiones individuales, se les inducía a visualizarse –en
estado de trance-en algún lugar, una playa, el desierto, etc., y se le
“sugería” la aparición primero de un OVNI, el secuestro posterior y los
experimentos que sobre ellos se realizarían eventualmente en su interior.
Esto es muy importante señalar: no se trataba de sugerirles la aparición
de un OVNI, sino que los testigos eran condicionados a pasar por todas las
fases de la experiencia que describía el experimentador. Pero lo que sí se
observó en las conclusiones es que el relato o, mejor dicho, las
respuestas dadas por los sujetos del experimento, eran enormemente
parecidas a las descripciones hechas por los protagonistas de secuestros,
especialmente aquellos donde la descripción pormenorizada del interior del
OVNI y de lo que allí había ocurrido había sido recuperada también bajo
hipnosis. Esto llevó a los experimentadores a afirmar : A los fines de
nuestra actual investigación, estos experimentos establecen
incuestionablemente la aptitud de los sujetos hipnotizados para
reproducir, no simplemente a grandes rasgos sino con intrincados
pormenores, argumentos a los que no habrían tenido acceso por medios
convencionales.”
Como se ve, algo a años luz de sostener que toda
experiencia de abducción es una regresión uterina. De hecho y
extrapolando, podemos decir junto a Evans (op.Cit.) que estas conclusiones
señalan que en el estado de hipnosis –y es razonable conjeturar que otros
estados pueden servir igualmente bien- los sujetos parecen poder obtener
acceso a material por medios que no sin físicos ni sensibles, y
reestructurar luego ese material sobre una base creativa y selectiva,
usándola para urdir un relato dramático, circunstancial y persuasivamente
coherente.
Esta impresión se acentúa cuando el equipo de Herrera,
Lawson y McHall señaló, por otra parte, las diferencias entre los casos
“reales” y los “imaginarios”, a saber:
- los casos reales ocurrieron
involuntariamente,
- los testigos estaban frecuentemente
asustados,
- se denunció un “tiempo perdido”,
- en algunos casos se
advierten efectos físicos,
- hubo efectos fisiológicos en el
testigo,
- sobrevino amnesia,
- hubo secuelas psicológicas,
- y
hubo manifestaciones psíquicas y otros efectos emocionales.
De
manera que todo esto concurre a abandonar el último bastión reduccionista
de las explicaciones pseudopsicológicas y abordar el tratamiento de la
abducción cuando menos en el sentido en que veníamos haciéndolo. La
correspondencia entre los “aciertos” de los sujetos hipnotizados en el
experimento y los protagonistas de episodios reales tiene, a mi criterio y
continuando con mi línea de pensamiento, una explicación ajustada:
¿Qué
habría ocurrido si en un experimento de esas características en vez de
acudirse al “episodio – símbolo OVNI” se hubiera privilegiado cualquier
otro estímulo?. El OVNI está tan incrustado en el Inconsciente Colectivo,
que la escenificación y vivencia de un episodio de estas características
puede haber “disparado” en esos ocho sujetos fenómenos de naturaleza
parapsicológica, de conocimiento paranormal, v.gr, clarividencia, o bien,
por simple “resonancia mórfica” (sigo aquí al biólogo Ruppert Sheldrake)
se hizo “eco” en ellos, y en ese estado psíquico tan particular, lo que ya
se ha incorporado al banco de imágenes de nuestra especie.
Berthold
Schwarz (“Una visita con gente del espacio”, en Curtis Fuller, op.cit)
dice: “un contacto no es sólo un hecho aislado en la vida de un individuo,
sino algo que debe verse en el contexto más amplio de su historia pasada y
sus experiencias, actitudes y conducta posteriores al contacto. Muchos
tienen personalidades disociativas, y en algunos casos hasta
personalidades múltiples. Son susceptibles de estados de trance. Empero,
llevan una vida normal, de responsabilidad, cumplen con su trabajo, están
al frente de sus familias, se abstienen de una conducta antisocial. Pero,
a menudo, eso cambia cuando tienen sus avistajes de OVNIs: estallan como
un volcán en erupción. ¿Sus problemas psicológicos hicieron que imaginaran
la experiencia, o una experiencia real llevó los problemas a la
superficie?. Sencillamente, no lo sabemos. Ciertamente sabemos que, luego
de esta supuesta experiencia, los protagonistas pueden experimentar
alternativos estados de conciencia, entrando y saliendo de estados de
trance, durante los cuales pueden canalizar mensajes de entidades de
extraños nombres. En lo que concierne al contenido, estas imágenes carecen
de valor. Empero, cualquiera que sea su causa, cualquiera que sea su
origen, “ocurren”. Otra cosa que sucede es que, alrededor del perceptor,
se desatan fenómenos Psi. Tal vez esto sea de esperar, puesto que los
estados parecidos al trance inducen la producción de la Percepción
Extrasensorial y la psicokinesis.”
“Quizás la experiencia OVNI sea un
modo para que estas personas se realicen. A veces, resulta que el contacto
con el OVNI sirve positivamente a lo que el perceptor necesita: otras
veces resulta que no, y la persona termina peor que antes”. Y yo concluyo
el pensamiento de Schawrz, sosteniendo que, entonces, el OVNI es un
catalizador y “realiza” a la persona, cumpliendo así una función religiosa
(“re-ligare”: unirse o encontrarse a sí mismo o con Dios) que no se
alcanza por otro conducto. En consecuencia es natural, esperable y hasta
lógico que se “sacralice” la experiencia. Si esto mejora la calidad de
vida del individuo y sus semejantes, proyectándolo hacia un futuro de
obras y sentido, o si lo hunde en la locura, la manipulación abyecta o la
paranoia, tiene que ver con la capacidad tanto del mismo de “manejar”
semejante información (quizás debería haber escrito “contenido
espiritual”) en relación a la conducta (de rechazo y burla, de equilibrio
y comprensión, de fanatismo exacerbado) que manifieste su entorno. Percibo
aquí algo similar a lo descrito por shamanes y ocultistas de todas las
épocas –en Oriente, especialmente entre los practicantes del Tantra- en el
sentido que la “energía espiritual” que ciertas experiencias proveen
pueden “consumir” al individuo, y entonces me planteo este interrogante:
en el caso de quienes pierden el equilibrio mental, espiritual o moral a
consecuencia de estas experiencias, lo pierden porque la experiencia es
esencialmente amoral, o sea una consecuencia de su falta de, digamos,
“evolución” para manejar la circunstancia?. Pero si la “inteligencia” que
opera detrás de esos contactos –como hemos venido sugiriendo hasta aquí-
tiene la necesaria “omnisciencia” para saber más del inminente
protagonista que el protagonista mismo, es obvio que también se hará cargo
de las consecuencias. De las favorables, y de las otras. Con lo que creo
arribar a una conclusión provisoria: dentro del campo de esta lectura
esotérica de inteligencias operantes detrás del OVNI, debe entonces
necesariamente concluirse que existen una clara diferencia de intención,
lo que es tanto como decir que mientras algunas inteligencias cuidarán que
dicha experiencia resulta estimulante y de crecimiento, otras –por motivos
sobre los que abundaré en el futuro- buscan exactamente lo
contrario.
El miedo como prueba
Vamos entonces
acercándonos al meollo de la cuestión: trato de enunciar la teoría de que
la experiencia de abducción ocurre físicamente pero en un plano distinto
de la Realidad al cual se accede a través de estados alterados de
conciencia donde se “recrea”, se teatraliza una experiencia que es en sí
“alucinatoria” y enmarcada dentro de los cánones culturales del
protagonista tanto para hacerla perceptible como asimilable y reducir su
efecto traumático. O, mejor aún, dejar libertad a la atención en
focalizarse en los necesarios aspectos traumáticos de miedo y dolor de la
experiencia, útiles a la consecución de los fines buscados por la o las
inteligencias que se mueven detrás del episodio.
Y me baso en dos
aspectos fundamentales: la sensación de terror y pánico de la experiencia
(común y buscada adrede en las experiencias iniciáticas) y el dolor
seguramente innecesario provocado en los “experimentos médicos” llevados a
cabo.
Vuelo, miedo, dolor... tres constantes comunes a la
experiencia de abducción y el éxtasis del shamán. La decadencia del
shamanismo actual constituye un fenómeno histórico, que se explica en
parte por la historia religiosa y cultural de los pueblos arcaicos. Pero
en las tradiciones a las que hemos de aludir se remite a otra cosa, a
saber, al mito de la decadencia del shamán, que no es lo mismo, por cuanto
se pretende transmitir generacionalmente que en otros tiempos el shamán no
volaba al cielo en éxtasis, sino materialmente, la “ascensión” no se hacía
en espíritu, sino en cuerpo. La actitud “espiritual” significa, pues, una
caída en comparación con la situación anterior, donde el éxtasis no era
preciso porque no existía posibilidad de separación entre el alma y el
cuerpo, es decir que no existía muerte alguna. Es la aparición de la
Muerte lo que ha roto la unidad del hombre integral, separando el alma del
cuerpo y limitando la supervivencia únicamente al principio “espiritual”.
En otros términos, para la ideología primitiva, la experiencia mística
actual es inferior a las experiencia sensible del hombre primordial Esto
habla claramente de que la naturaleza del hombre –o de algunos hombres- en
ese entonces, en esa Edad de Oro era otra. Y si la Edad de Oro es
asimilable al Paraíso, tal vez remita al recuerdo tergiversado y
desvirtuado de un origen estelar. Porque de lo que hablan todos los
antiguos mitos es que, detrás del estado de “perfección primigenia”, una
catástrofe vino a interrumpir las comunicaciones entre el Cielo y la
Tierra, y es desde entonces que data la condición actual del hombre quien,
antes, convivía con los dioses. Si esos dioses eran físicos, con
escafandra y trajes relucientes, o fuerzas inteligentes contactables en el
aquí y ahora, es simplemente cuestión de opinión. Así lo enseña el
folklore de todas las épocas. Y escribía René Guénon en “El Graal y la
búsqueda iniciática”, Barcelona, España, 1985, citado en el especial sobre
“El esoterismo del Grial” del Boletín “Templespaña”
(templespana@TempleEmail.zzn.com) : “Su concepción está estrechamente
ligada a ciertos prejuicios modernos, y no insistiremos aquí en todo lo
que hemos dicho al respecto en otras ocasiones. En realidad, cuando se
trata, como ocurre casi siempre, de elementos tradicionales, en el
verdadero sentido de la palabra, por más deformados, menguados o
fragmentados que puedan estar a veces, y de cosas poseedoras de valor
simbólico real, aunque, a menudo, disimulado bajo una apariencia más o
menos «mágica» o «fantástica», todo esto, lejos de tener un origen
popular, no es, en definitiva, ni siquiera de origen humano, porque la
tradición se define precisamente, en su misma-esencia, por su carácter
suprahumano. Lo que puede ser popular es únicamente el hecho de la
«supervivencia», cuando estos elementos pertenecen a formas tradicionales
desaparecidas; y, a este respecto, el término «folklore» adquiere un
significado bastante próximo al de «paganismo», teniendo sólo en cuenta la
etimología de este último y quitándole la intención polémica e injuriosa.
El pueblo conserva así, sin comprenderlos, los residuos de tradiciones
antiguas, que se remontan incluso a veces a un pasado tan lejano que sería
imposible determinarlo exactamente y que nos contentamos con remitir, por
esta razón, al terreno nebuloso de la «prehistoria»; llena en esto la
función de una especie de memoria colectiva más o menos «subconsciente»,
cuyo contenido proviene manifiestamente de otra parte. Lo que puede
parecer más asombroso es que, cuando se va al fondo de las cosas, se
comprueba que lo que se ha conservado de ese modo contiene sobre todo,
bajo una forma más o menos velada, una suma considerable de datos de orden
propiamente esotérico, es decir, precisamente lo que es menos popular por
naturaleza. De este hecho sólo existe una explicación plausible: cuando
una forma tradicional está a punto de extinguirse, sus últimos
representantes pueden muy bien confiar voluntariamente a este memoria
colectiva de la que acabamos de hablar lo que de otro modo se perdería
irremisiblemente; éste es, en suma, el único modo de salvar lo que puede
serlo en una cierta medida; y, al mismo tiempo, la incomprensión natural
de la masa es una garantía suficiente de que lo que poseía un carácter
esotérico no por ello será desposeído de] mismo, permaneciendo solamente,
como una especie de testimonio del pasado, para aquellos que, en otros
tiempos, serán capaces de comprenderlo”.
Meses atrás releía
una versión moderna del “Poema de Gilgamesh” –que algunos atribuyen al rey
Uruk de la ciudad de Ur, actual Kuyurdik, escrito tal vez en el año 3.000
AC, con una primera versión cierta del 2.300 AC y la última casi mil
setecientos años después- más concretamente el pasaje en que, luego de
vencer a los hombres – escorpión de los montes Mashu, Gilgamesh y Enkidu
festejan embriagándose su victoria en momentos en que la diosa Ishtar pido
a su padre, el supremo dios Anu, la creación de un toro celeste que mate
al héroe de la epopeya. Como dice la crónica, ambos amigos pueden matarlo
y Enkidu, el hombre – mono (¿) arroja una parte de un león al rostro de la
diosa, la cual, ofendida, clama venganza y suscita la muerte del audaz.
Gilgamesh desciende entonces a la morada de Nergal, dios de la muerte,
para negociar a su vez su desquite. Y fue en ese momento cuando advertí
que todos los antiguos mitos, de cualquier origen étnico o religioso,
repiten a gritos una verdad que parecemos querer ignorar: la de que los
“dioses” no estaban en el cielo –excepto los “dioses padre”, pero aquí se
aclara puntualmente- sino en el templo o entre los hombres, visibles y
confrontables. Entonces, la proyección del cielo como lugar de origen de
las divinidades es referente a un punto de procedencia, no de presencia.
En la línea de sus teorías sobre la ostentación de la soberanía,
A. M. Hocart (“Vuelos aéreos” en “Antigüedades de la India, 1923)
consideraba la ideología del “vuelo mágico” solidaria, y en última
instancia tributaria, de la institución de los reyes – dioses. Si los
reyes del Asia suroriental y los de Oceanía eran llevados sobre las
espaldas es porque, asimilados a los dioses, no debían tocar la tierra;
como los dioses “volaban por los aires”. De donde es evidente que la
tradición se refiere a un vuelo material, real en el sentido físico. Los
sinólogos insisten en que tanto el “emperador amarillo” Hoang-ti como el
emperador Chou aprendieron el “arte del vuelo” con magos cuya denominación
era “sabios emplumados” (recordemos a los shamanes de tantos pueblos
indígenas consustanciándose con animales, entre ellos, pájaros). “Ascender
al Cielo volando” se dice en chino como: “por medio de plumas de pájaro,
ha sido transformado y ha ascendido como un inmortal”. El camino era el
Tao y la Alquimia. La Alquimia, porque sus obras otorgaban la condición de
transustanciación. Pero si “ascender al Cielo” era transustanciarse
(recuerden a Jesús ordenándole a su discípulo: “¡No me toques!”, como si
el proceso de transmutación física pudiese ser abortado involuntariamente)
me pregunto tanto como si de lo que estamos hablando es de desarrollar las
técnicas de “vibrar en otras frecuencias” para desplazarnos en un nuevo
cuerpo, o, el mismo cuerpo en otro orden de realidad, así como de las
repetidas advertencias de tantos esoteristas y canalizadores en el sentido
que cuando nuestro sistema solar atraviesa el famoso “anillo manásico”
habrá un cambio evolutivo significativo de nuestra naturaleza, perceptible
en forma de transmutaciones atómicas impensadas hasta ahora. Por lo menos,
de eso es de lo que se habla.
Por lo pronto, el hecho de sobrepasar la
condición humana con estas transformaciones no implica necesariamente la
“divinización”. Los alquimistas chinos e hindúes, los yoguis, los sabios,
los místicos tanto como los shamanes, aunque capaces de volar “en otros
planos” no pretenden ser por ello dioses. Solamente, dicen compartir
momentáneamente de condiciones propias de los “espíritus”. O adquirir la
capacidad de penetrar en otros planos.
Que esas capacidades de “vuelo”
implican necesariamente un crecimiento espiritual, una evolución, lo
refiere las numerosísimas asociaciones entre el acto de volar y el de
comprender. El Rig Veda, libro VI, capítulo 9, dice: “La inteligencia
(manas) es el más rápido de los pájaros”, y el Pañcavimsa Brahamana, libro
IV, capítulo 1, dice: “Aquél que comprende tiene alas”.
En cuanto
al miedo y al dolor... sigamos a Mircea Eliade (op.cit) cuando escribe:
“... esto se revela mejor todavía en una descripción que un misionero
belga, Léo Bittremieux, nos ha dado de la sociedad secreta de los
bakhimbas, en el Mayombé. Las pruebas iniciáticas duran de dos a cinco
años, y la más importante consiste en una ceremonia de muerte y
resurrección. El neófito debe ser “matado”. La escena tiene lugar durante
la noche y los ancianos iniciados cantan, sobre el ritmo del tambor de
danza, el lamento de la madre y de los parientes sobre los que van a
“morir”. El candidato es flagelado y bebe por primera vez una bebida
narcótica llamada “bebida de la muerte”, pero también come semillas de
calabaza que simbolizan la inteligencia, detalle éste significativo, por
cuanto indicaría que a través de la muerte se accede a la sabiduría.
Después de haber bebido la “bebida de la muerte”, el candidato es tomado
de la mano y uno de los ancianos lo hace dar vueltas sobre sí mismo hasta
que cae al suelo. Entonces todos gritan: “¡Oh, alguien ha muerto!”. Un
informante indígena dos da este detalle más preciso: que se hace rodar al
muerto en tierra, en tanto que el coro entona un canto fúnebre: “¡Está
bien muerto, él. Al khimba, ya no volveré a verlo jamás!”.
“Y de este
modo, también en el pueblo lo lloran su madre, su hermano y demás deudos.
De inmediato, los “muertos” son llevados en hombros por sus parientes ya
iniciados y transportados a un recinto consagrado que se denomina el
“patio de la resurrección”. Allí se depositan, totalmente desnudos, en un
foso en forma de cruz, donde permanecen hasta el alba del día de la
“conmutación” o de la “resurrección” que es el primer día de la semana
indígena, que no cuenta sino con cuatro. A los neófitos se les rapa luego
la cabeza, se los apalea, se los arroja al suelo y finalmente se los
resucita dejándoles caer en los ojos y en las narices algunas gotas de un
líquido muy picante. Pero antes de la “resurrección” deben prestar
juramento de guardar el secreto más absoluto: “todo cuanto viere aquí no
lo diré a nadie, ni a una mujer, ni a un hombre, ni a un profano, ni a un
blanco; y si así lo hiciere, hazme hinchar, mátame”. Todo cuanto viere
aquí, entonces, el neófito no ha visto todavía el verdadero misterio. Su
iniciación –es decir, su muerte y resurrección rituales.- no es sino la
condición sine qua non para poder asistir a las ceremonias secretas sobre
las cuales estamos muy mal informados.”
“Nos resulta imposible hablar
de otras sociedades secretas masculinas –las de Oceanía-. Por ejemplo, la
del “dukhuk” particularmente, cuyos misterios y el terror que ejercían
sobre los no iniciados han impresionado a los observadores; o las
cofradías masculinas de la América del norte, célebres por sus torturas
iniciáticas. Sabemos por ejemplo que entre los mandan –donde el rito
iniciático tribal era a la vez el rito de entrada en la confraternidad
secreta- la tortura sobrepasaba todo cuanto podíamos imaginar: dos hombres
hundían cuchillos en los músculos del pecho y la espalda, hundían sus
dedos en las heridas, pasaban una correa bajo los músculos, fijaban de
inmediato las correas e izaban luego al neófito en el aire. Pero antes de
izarlo, le metían clavijas en los músculos de los brazos y de las piernas,
a las que eran atadas pesadas piedras y cabeza de búfalos. La manera como
esos muchachos soportaban esa tremenda tortura llegaba a lo fabuloso:
ningún rasgo de su semblante se contraía mientras los verdugos
despedazaban sus carnes. Una vez suspendido en el aire, un hombre
comenzaba a hacerlo dar vueltas rápidamente como un trompo, hasta que el
desdichado perdiese el conocimiento y su cuerpo pendiese como
dislocado”.
O, acoto yo, la costumbre entre los swahili del centro de
África, de cortar el prepucio en la pubertad pero no con la técnica judía
sino de una manera más sangrienta y dolorosa, pues consistía en arrastrar
hasta la base del pene aquél, desprendiendo con una cuchilla de sílex las
membranas que lo fijaban al tronco. Uno de los efectos buscados, según han
sostenido los shamanes, era que esta carnicería combatía los “temores a
superarse” del hombre: nuestros psicólogos traducirían por “inhibiciones”,
“represiones” y “torturas”. Por ejemplo-vuelvo a los shamanes- el no saber
que puede correrse tan rápido como un gamo (en una sociedad donde hay que
perseguir al almuerzo todos los días). Y lo cierto es que,
experimentalmente hablando, la velocidad de un corredor swahili supera con
creces no sólo la de nuestros mejor entrenados atletas sino también casi
hasta lo fisiológicamente posible para el ser humano. Y el miedo al dolor,
que en nuestra cómoda y burguesa sociedad se ha transformado en el dolor
del miedo, es seguramente el freno inconsciente a permitirnos liberar
nuestra verdadera naturaleza superior.
En consecuencia, comparo con
tantos testimonios de abducidos (Strieber, entre los más populares):
recuerdo las descripciones del “instrumental médico” empleado por los
hipotéticos extraterrestres: cuchillas de formas retorcidas, agudas puntas
candentes que parecen penetrar en los ojos, tubos flexibles penetrando el
ano, dolor y miedo. ¿Acaso no sería más esperable que una civilización tan
adelantada tecnológicamente como para atravesar el universo sin grandes y
elefantiásicos derroches de combustible y maquinaria pesada pudiese
disponer de un instrumental absolutamente indoloro, sutil y casi
invisible?. Comparen la evolución del instrumental médico de nuestro
propio planeta en apenas un par de siglos. ¿No es evidente su
“sutilización” –disculpen si abuso del término?. ¿Porqué deberían estos
seres continuar usando herramientas casi decimonónicas sino no fuera que
precisamente no es la consecuencia de sus intervenciones la búsqueda de un
resultado fisiológico –como no lo es la del shamán que corta prepucios-
sino generar un estado alterado de miedo y dolor que despierte a un nuevo
orden de realidad?. Hasta el “secreto” que se le impone al iniciado es, en
la moderna categoría de los abducidos, reemplazado por un secreto más
seguro y convincente: el que estas entidades programan en la mentes de los
protagonistas, evidenciándose en los episodios de “tiempo
perdido”.
El huevo cósmico
Sería exageradamente
reiterativo si pasara a citar las innúmeras fuentes, rastreables en casi
todas las culturas, donde la Creación, el Génesis, el primer Parto Cósmico
encuentra su símbolo en el Huevo Primordial: desde los incas al Indo,
desde los alacalufes a los celtas, desde los pueblo hasta los normandos,
el primer ser, el primer dios, la primera pareja eclosionaron de un huevo
como símbolo de la Gran Obra: milenios después, los alquimistas se
referirían al Huevo (o Piedra) Filosofal como el crisol de donde nace una
materia sublimada, transmutada, es decir, elevada a un plano superior de
naturaleza, no sólo por su constitución, sino así también por sus
propiedades. Los primitivos sarcófagos, féretros y tumbas dramatizaban ese
renacimiento. Y entonces uno se pregunta si la forma ovoidal de tantos
OVNIs, más que estar hablándonos de una obvio rendimiento aerodinámico, no
nos estará en realidad remitiendo simbólicamente a esa propiedad feérica
del Huevo Primordial. No puedo dejar de pensar en ello cuando reflexiono
sobre las incomodidades de un apiñado grupo de astronautas extraterrestres
apretujados en el interior de tan escaso espacio disponible, como señalé
cuando advertí sobre lo exiguas de las dimensiones de las presuntas naves
en función de sus tripulantes (aún con la gracia de minúsculos motores
propulsantes).
Alguien –y con razón- podría señalarme que a través
del tiempo la forma de los OVNIs han ido sufriendo cambios. Y ya he
aclarado que en lo personal no creo que se trate de nuevos estilo de
diseño surgidos de la mente de un afiebrado Oreste Berta intergaláctico.
Creo que la razón para el “cambio” es otra.
Si observamos nuestros
sueños durante un período de años y estudiamos toda la serie, veremos que
ciertos contenidos emergen, desaparecen y vuelven otra vez. Mucha gente
incluso sueña repetidamente con las mismas figuras, paisajes o
situaciones, y si los seguimos a lo largo de todas las series, veremos que
cambian lenta pero perceptiblemente. Estos cambios pueden acelerarse si la
actitud consciente del soñante está influída por una interpretación
adecuada de los sueños y sus contenidos simbólicos.
Esta
retroalimentación –que en el Inconsciente Colectivo de la humanidad ha
sido la investigación y difusión OVNI- ha modificado el fenómeno. Dicho de
otra manera, es la prueba que estamos más o menos en la vía correcta de
interpretación (o cuando menos la interpretación que la Inteligencia
operante detrás del fenómeno desea que tomemos como tal) ya que de no
haberlo sido, de tratarse simplemente de una alucinación histórica de las
masas, persistiríamos en las mismas imágenes, situaciones y contextos. O
sea, la misma evolución del fenómeno habla de una mejor calidad de
“sintonía” entre nosotros y las inteligencias que tras él se
escudan.
Por supuesto, la primer resistencia a esta lectura
provendrá seguramente de mis propios colegas de investigación (los
detractores estarán a estas alturas despanzurrándose de la risa) quienes
argumentarán que no puede ser correcta la exagerada “espiritualización”
del tema, los mensajes de contenido mesiánico, las severas amonestaciones
de “hermanos mayores”, la insistencia sobre la oración en vez de la cura
para el cáncer. A lo cual opongo una demasiada elemental trinchera, sobre
cuya validez ustedes juzgarán. Que podríamos sintetizar así: ¿Qué culpa
tienen esas inteligencias, digámosle extraterrestres, si la naturaleza de
los problemas acuciantes de la humanidad es esencialmente espiritual?.
Porque estoy convencido que, sin la ayuda de nuestros visitantes, más
tarde o más temprano la especie humana resolverá los grandes dilemas
técnicos: la cura para el cáncer o el SIDA, la energía no renovable, las
hambrunas, el recalentamiento global... tenemos, qué duda cabe, la
inteligencia para ello. Pero, aparentemente, donde hemos desviado el
camino es en lo espiritual: o lo ignoramos, o cuando queremos referirnos a
ello lo dejamos acartonado entre los bastiones de instituciones dogmáticas
centenarias, las religiones, a cuya supervisión confiamos los desvaríos
místicos del prójimo. Y todos contentos. Así que mientras técnica y
científicamente sólo estamos retrasados, creo que en lo espiritual estamos
desviados. Y esto, qué duda cabe, es mucho más grave, por cuanto mayor
tiempo pasa más nos aleja del punto en que es posible el reencauzamiento a
una aproximación espiritual correcta. Así que si estas inteligencias
deciden dirigir sus mensajes en esta dirección, es porque nos están
hablando de lo que necesitamos y no de lo que esperamos. Cuando retamos a
nuestros pequeños hijos o los sentamos seriamente frente a nosotros para
hablarles de cosas que creemos son importantes que conozcan y disciernan,
no nos preocupa tanto si ellos dan el mismo valor que nosotros a nuestros
sermones: creemos que es importante para su evolución decírselos, y
suficiente. El maestro no consulta a sus alumnos respecto a qué quieren
estudiar tal año académico: simplemente, hace lo posible para que lo que
deben aprender –si quieren continuar adelante- sea bien asimilado. En ese
orden de ideas, entonces, ¿no es evidente que si a ciertas mentes
intelectuales tanto les molesta el contenido espiritual de los mensajes
podría ser porque indica precisamente de lo que carecen esas mismas
mentes?.
GUSTAVO FERNANDEZ
Nacido el 29 de abril de l958.
Casado (su esposa, Claudia Sione también se dedica activamente a las
“disciplinas alternativas”) tiene dos hijos, Daiana y David. Nacido en la
ciudad de Buenos Aires, Argentina, desde hace años reside en la tranquila
ciudad de Paraná, provincia de Entre Ríos.
Su formación intelectual,
además de haber pasado por las facultades de Ingeniería Aeronáutica y
Psicología, apuntaron a su formación como parapsicólogo (en el Instituto
Americano de dicha especialidad). Asimismo es 1er Dan de Karate-Do (estilo
Uechi-Ryu) y entre otros deportes sus aficiones son el andinismo (entre
distintas ascensiones lo hizo al Aconcagua, en 1991, desde cuya cumbre
realizó experimentos parapsicológicos con algunos colaboradores), el buceo
deportivo, el rugby y la aviación. Ha sido también instructor de
supervivencia dictando numerosos cursos en montes y esteros.
Como
escritor (actividad que día a día le es preferencial) ha escrito trece
libros: Naves Extraterrestres Tripuladas (Ediciones Dronte Argentina, lra
edición, 1976; 2da edición: 1978); Triángulo Mortal en Argentina (Cielosur
Editora, 1978); Los secretos del triunfo sexual (Servicios Planificados
Editora, 1985); Bioenergética (Mistery Center, 1985); Control mental
soviético (Mistery Center, 1985); Sabishi-Do: el camino de la dulzura
(Mistery Center, 1985); Parapsicología y ovnis en Entre Ríos (Editorial
D’Elía, 1991); San La Muerte: Tradición, rituales y oraciones (Ediciones
Kan, 1997); Extraterrestres en el pasado argentino (Ediciones Kan, 1997);
Predicciones 99, astrológicas y parapsicológicas (Editorial Mundo
Entrerriano, 1998); El correcto uso del péndulo y la pirámide (Editorial 7
Llaves, 1999); Normas jurídicas para el ejercicio legal de la
Parapsicología y el Tarot (Editorial 7 Llaves, 1999) y Ventana al siglo
XXI (Editorial 7 Llaves, 1999), “Feng Shui: manejando las energías de la
casa y el comercio” (Editorial Siete Llaves, 2001). También ha escrito los
ensayos sobre: “Introducción a la Parapsicología” ( 1982) y “Un método
práctico de Control Mental” (1984).
Ha sido y es colaborador de
distintos medios, especializados o no, de nuestro país, Venezuela, España,
Italia, Brasil y México. Periodista profesional (credencial Nº 064 del
Gobierno de la Pcia de Entre Ríos) ha realizado innumerables programas de
radio y televisión, en canales de aire o cable, tanto de la capital de su
país como en casi todas las provincias, como conductor, panelista o
invitado. En tal sentido, durante diez años dirigió el ciclo “Al filo de
la realidad”, que desde la emisora LT14 AM de Paraná era retransmitido por
29 emisoras de cinco provincias argentinas y la red Iris de la República
del Ecuador, así como durante cuatro años el programa matutino “Buenas
ondas” por FM América de esa ciudad. Fue cronista de exteriores de Radio
Splendid de Buenos Aires (donde en febrero de 1984 tuvo oportunidad de
transmitir “en directo” el paso de una flotilla de OVNIs sobre la ciudad,
por ello seguida por centenares de testigos y tapa de los principales
diarios del país). Como conferencista, ha dictado más de un millar de
charlas en salas públicas y privadas. Como docente, centenares de alumnos
han participado de sus cursos en Argentina y países limítrofes. Ha
organizado el Primer (l981), Segundo (1982) y Tercer (1983) Congreso
Argentino de Astrología, el Primer Encuentro Argentino de Parapsicólogos
(1980), el XV (1985) y XVI (1986) Congreso Argentino de Ovnilogía,
disertado en el Primer Congreso Argentino de Bioenergía y Psicotrónica
(1984), Primer Simposio Argentino Brasilero de Cosmetología Médico
Kinesiológica (1979), Segundo Congreso de Parapsicología y Control Mental
del Noreste Argentino (1987), Primer Congreso Iberoamericano de
Parapsicología (1985), asesor del Primer Congreso de Parapsicología y
Control Mental del NEA (1986). También presidió el Primer Congreso
Argentino de Parapsicología Aplicada (1984), Segundo Congreso Argentino de
Parapsicología Aplicada (1985), Primeras Jornadas Argentinas sobre
Cromoterapia (1985),, Segundas Jornadas Argentinas de Parapsicología
(1982), Terceras Jornadas Argentinas de Parapsicología (1984), Primer
Congreso Argentino sobre Fundamentos Científicos del Ocultismo (1987),
disertante también en el Segundo Congreso Nacional de Ciencia
Extraterrestre (1978), Primer congreso de Ovnilogía (1976), Primer
Congreso Brasilero de Ufología (1978), Primeras Jornadas Argentinas de
Parapsicología (1980), Jornadas Preliminares al Segundo Congreso Argentino
de Parapsicología Aplicada (1984), Primer Simposio Interdisciplinario
sobre Vida Inteligente en el Universo (1985), Encuentro 1986 sobre
Situación del Fenómeno OVNI, Primer Congreso Multidisciplinario sobre
Adolescencia (1984), Quintas Jornadas riocuartenses de Ovnilogía (Río
Cuarto, Córdoba, 2001). Director de la revista gráfica Al Filo de la
Realidad (números 1 a 5).Sus investigaciones originales, además de las
volcadas en sus libros y artículos, abarcan la ovnilogía de campo,
transcomunicación y psicofonías, fenomenología psi espontánea, arqueología
psíquica, y trabaja activamente en el desarrollo de un modelo experimental
que unifique la fenomenología parapsicológica con la ovnilógica, ámbito
éste en el que ha centrado sus intereses en los últimos años.
Tras
haber integrado durante muchos años distintas agrupaciones privadas de
estudio y difusión, como socio o miembro directivo, desde 1985 dirige el
Centro de Armonización Integral (entidad difusora de las ciencias
alternativas, inscripta en la Superintendencia de enseñanza Privada
dependiente del ministerio de Educación de la Nación). De inminente
aparición son sus siguientes libros: “Gemoterapia: energía en las
piedras”; “Fundamentos científicos del Ocultismo”; “OVNIs: Guardianes de
la luz, Barones de las tinieblas”. A partir de mayo del 2000, ha lanzado
“Al filo de la realidad”, revista electrónica quincenal de distribución
gratuita. Por otra parte, sus colaboraciones circulan abundantemente por
distintos sitios de la Web en castellano, inglés y portugués.
En enero
del 2001 comenzó a desarrollar un proyecto de largo aliento para la
instauración de una academia virtual. Así, el Centro de Armonización
Integral comenzó a generar “aulas virtuales” en Internet donde se imparten
distintas disciplinas. En abril del 2001, el CAI presentó su BIBLIOTECA
VIRTUAL GRATUITA, con la edición electrónica de su libro “OVNIs: INFORME
DE SITUACIÓN”.
Actualmente, también, es corresponsal para la Argentina
de la prestigiosa revista británica Flying Saucer Review.